Regresemos un momento a la cocina de la casa familiar en Sáenz Peña. Tenías 8 años. Estabas con tus padres.
-Era un momento lindo, porque hacía poco tiempo mis padres se habían reencontrado después de una primera separación. Estaba mi viejo, raro, porque solía trabajar mucho. Era una mañana o un mediodía. Yo en ese tiempo buscaba mi lugar, el reconocimiento de mis padres. Mi hermano Pablo era un chico poderoso, con una gran presencia en la casa. Mi madre estaba comenzando a acercarse al teatro. Estábamos en la cocina y de pronto mi viejo se acaricia su gran bigote, así, en un gesto muy teatral. Lo imito, y todos se echan a reír. Entonces mi padre dice: me parece que el que tiene que ir a clases de teatro es Leo. Poco después él estaba escuchando algo de Serrat, haciendo la mímica. Una imagen mágica para mí. Me convertí en un payasito. Cantaba el "Hava Naguila". Era, por supuesto, un momento cumbre en las reuniones familiares. Después mis viejos se separaron definitivamente. Mucho dolor. La actuación terminó de hacerme encontrar un lugar de comodidad y pertenencia.
Hace tiempo condujiste La ciencia de las abuelas, un documental que advierte sobre los progresos de la genética en la búsqueda de nietos apropiados.
-Toda la vida me interesó el mundo social; me ha gustado estudiar, saber, conocer. Con Abuelas había colaborado antes de viajar a España; con Madres, también. Estuve muy sensible con la aparición de Guido, su nieto. En general la noticia ha sido recibida con lo mejor de cada uno de nosotros, y me parece una linda manera de pensar a la Argentina. En la época de Méndez (sic) no se encontraron chicos, fue un momento de bajísima recuperación de nietos porque no existía una política de Estado. Este año me he impuesto trabajar menos para hacer estas cosas que me dan un placer tan especial, me hacen bien como persona y como ciudadano. Fuente la nacion - cliquear
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