Posteamos hoy una entrevista de Leonardo Sbaraglia del 7 de mayo de 2000, en la época del estreno de "Plata Quemada" de Marcelo Piñeyro.
ESTRELLAS
Leo Sbaraglia: Los actores deben estudiar
A punto de presentar Plata quemada, muestra por qué es tan distinto de otros colegas de su generación. A los 29 años y con todo a favor, dice, por ejemplo, que no le da miedo desaparecer de la televisión
Todo, el color de los ojos, la pinta, los 29 años, lo ayudaría a ser el galán de moda de la televisión, el chico por el que todas matan (y mueren), el que con sólo ponerle la cara a cualquier personaje impresentable asegura 30 puntos de rating, el que va saltando de romance en romance de la tapa de Caras a la tapa de Gente. Y no.
Para decirlo de una vez, este muchacho piensa, cosa que se admite como vicio menor e irremediable después de los 50, pero que no se perdona antes de la cuarta década. Y es, por tanto, para no demorar inútilmente una descripción del personaje que ésta se cae de madura de entrada, un bicho raro.
Sólo a esta peculiaridad biogenética deberán adjudicarse declaraciones que se leerán más adelante, como lo que dice en el título de que los actores deben estudiar, o esta confesión a contramano de todas las tendencias: "No tengo miedo a perder la popularidad por estar ausente de la televisión". Ni siquiera funcionarios de altísimo rango se animan hoy por hoy a volverle la espalda a la madre pantalla.
Sbaraglia demostró que sí, y mientras se prepara porque ya es inminente el estreno de su última película (Plata quemada, la cuarta con el director Marcelo Piñeyro) su mayor ilusión es volver al teatro con algo todavía en el horno relacionado con la vida y con la obra de... Franz Kafka (ver recuadro).
¡Kafka! Estamos en el año 2000, época de exitosos, de gente que aprieta los puños y dice: Vamos a llevarnos todo por delante y que dentro del puño lleva un miniteléfono celular. Pero bueno, a Leo Sbaraglia le interesa el enfermizo Kafka.
Ahora sí es hora de comenzar la nota. De buena fe, creemos haber puesto sobre aviso bastante a todos los lectores.
-¿Cómo definirías tu personaje en Plata Quemada?
-Por un lado, está el libro de Piglia. Por otro lado, la historia real y por otro, el guión. De la misma anécdota, hay tres puntos de vista diferentes. La película no está inspirada en la realidad, sino en la novela, pero difiere bastante incluso de ella. La idea de los dos Marcelos (Figueras, el guionista, y Piñeyro, el director) era detenerse en la relación de los dos personajes principales, los Mellizos.
-Son dos de los delincuentes...
-Sí, dos de los que roban el camión pagador, supuestamente en complicidad con la policía. Como deciden no compartir la plata que roban, toda la policía se les viene encima hasta que se parapetan en un departamento en Montevideo, donde resisten una noche bajo una balacera tremenda. Pero lo que hace Marcelo es acentuar la relación de afecto y protección mutua de estos dos tipos. Se transforma en una historia de amor, algo muy diferente de la novela.
-Claro, Plata quemada es bastante dura y seca.
-Acá lo importante era contar este amor conflictivo. Los dos, El Nene y Angel, quieren esa relación. El conflicto es cómo. El Nene busca que ese amor incluya... cómo diría... un contacto físico, sexual...
-Homosexual...
-Sí. En cambio, Angel quiere un afecto sin cuerpo. Eso dio un resultado muy interesante, porque contribuyó a humanizar a estos personajes.
-Además, hay una mujer en juego.
-Sí, pero no entra en el conflicto general. El personaje que interpreta Leticia Brédice, pero en este diseño planteado por los guionistas se vincula con esa impotencia que el Nene siente, a raíz del rechazo profundo de Angel. A causa de ese rechazo aparece la chica, como parte de ese mundo de impotencia en el que él está inmerso. Además, la chica es la posibilidad de una vida pasada para él. El personaje del Nene es de clase media alta. A los 17 años cae en cana casi en forma accidental, y ahí es donde uno podría pensar que se funda el Nene, que es un apodo carcelario. Y el Nene significa esa arma que él se construye para sobrevivir. En prisión, él ha sufrido todo tipo de brutalidades. Se ha transformado en alguien muy violento, pero con una violencia directamente proporcional con su dolor. Es un tipo de una fragilidad enorme, pero también con una violencia enorme, capaz de hacer cualquier cosa.
-Interesante, pero difícil de hacer.
-Ese fue el desafío para mí como actor: la dualidad. Pero es un personaje soñado.
-¿Parecido a algún otro que hubieras interpretado?
-Absolutamente diferente, no tiene nada que ver. Para mí significa un antes y un después. Y cuando veo la película me doy cuenta de que más allá de los resultados, es decir, más allá de lo que opine la gente, para mí fue muy importante hacerla.
-Significó también un récord personal: es la cuarta película que hacés con Marcelo Piñeyro.
-Sí, yo compartí mucho todo el proceso que fue viviendo con sus películas. (N. del R.: Tango feroz, Caballos salvajes y Cenizas del Paraíso.)
-Tenés el sí a nivel de boca cada vez que te propone algo...
-Sí, porque Marcelo me piensa. Además, como hay afecto entre nosotros, él piensa cosas interesantes para mí. Aparte, me tiene confianza y sabe que yo me voy a romper el alma para hacerlo bien. Bueno, de hecho hemos trabajado dos años con esto.
-Eras un chico cuando hiciste la primera película con él.
-Mirá, tenía 22 años. Ya había trabajado en La noche de los lápices. Después hice con Marcelo Tango feroz, que fue su primera película.
-Y nació una amistad entre ustedes...
-Sí, me parece que sí. Preguntale después a él, a ver qué dice, pero creo que sí.
-¿Ambientaron la película en los años 60?
-Sí, en 1965.
-¿No tuvieron la tentación de asociarla con los episodios de inseguridad de hoy?Porque es una historia casi de actualidad.
-Absolutamente. Una semana antes de que empezáramos a filmar ocurrió lo de Ramallo. Pero la película también tiene cierta dualidad en ese sentido. Es imposible no asociar el tema con la realidad, pero al transcurrir en 1965...
-... lo aleja.
-Sí, aunque es imposible no asociarlo. Pero lo aleja y, al transcurrir en otra época, protege su costado de ficción, de esa película muy íntima que quisimos hacer. Una película de amor, con elementos muy brutales.
-¿Pero no va a ser leída como crónica policial?
-Yo creo que sí, en algún lugar sí. Me gusta lo que pasa con las opiniones de quienes vieron la película. Lo que está en primer plano no es si los personajes son lindos o feos, homosexuales o heterosexuales, si son delincuentes o no son delincuentes. Lo que está en primer plano es que son personas, con un enorme grado de violencia, pero también con un enorme grado de desamparo.
-A lo mejor, ésa es la lectura que se puede hacer.
-Claro, es una película que humaniza situaciones de cierta gente. A uno lo saca de un tema de seguridad. Cuando las cosas están tan demonizadas, esta película humaniza a estos tipos. No necesariamente para redimirlos, por cierto.
-¿Te gustó más o menos que las otras películas de Piñeyro?
-Más allá de poder ser objetivo con el resultado, yo estoy muy involucrado afectivamente con la historia. Para mí no es algo sólo profesional. La sensación que me domina es de mucha felicidad y de agradecimiento a Marcelo.
-Pero, ¿no le queda al actor la objetividad de saber si lo que salió se asemeja a lo que él imaginaba?
-Sí, yo siento que lo que imaginaba está. Por lo menos, en un gran porcentaje. Y siento que tiene que ver con el hecho de haber trabajado mucho.
-En las declaraciones de cada estreno parecés orgulloso de lo mismo: haber trabajado mucho.
-Tal vez sería bueno poder distanciarse más, así como un médico llega a saber cómo no afectarse tanto con cada paciente, con cada situación. A mí me es muy difícil. Cuando me meto en un proyecto, pongo todo el cuerpo.
-También elegís bastante los proyectos. ¿Sos un actor que sabe decir que no?
-Sí. Uno tiene más claro, en principio, lo que no quiere. Aunque yo también tengo claro, muchas veces, lo que quiero. Tiene que ver con disfrutar de lo que hago. Disfrutarlo, hacerlo con calma.
-¿Cómo fue que tu madre comenzó a estudiar teatro?
-Ella era maestra de quinto grado en un colegio normal. En determinado momento empezó a estudiar danzas y de allí al deseo de ser actriz. Fueron inquietudes que le vinieron de grande, algo que me parece estupendo. Bueno, si uno lo ve ahora, no era tan grande. Era chica, pero, en fin, ya tenía tres hijos.
-¿En qué orden llegaste vos?
-Yo soy el del medio. Pablo tiene un año más que yo y después tengo otro hermano tres años menor. Mi padre, cuando se separó, tuvo dos hijos más.
-¿Es verdad que el primer actor que te impactó muy fuertemente fue Alcón?
-Sí, un poco es una mezcla con los estímulos que yo tenía en mi casa...
-Tu mamá venía y te contaba lo que pasaba en el taller de Luis Agustoni...
-Exactamente. A los años, mi mamá ya formó pareja con un actor también, Ricardo Aráuz, y ellos empezaron a dar clase juntos. Empecé a jugar yo también con ellos. Y siempre se hablaba de películas, de teatro. Era un estímulo muy frecuente en casa. Pasaba Alfredo Alcón por ahí, pero también Al Pacino.
-Era un estímulo que también recibieron tus hermanos.
-No en ese sentido. Bueno, mi hermano mayor es músico. Compone música pop, rock-pop. Lo hace muy bien. Ahora está trabajando como sonidista en algunos programas de televisión.
-Ese es Pablo. ¿Y el más chico?
-El más chico, Javier, se recibió de arquitecto hace dos años. Los otros dos son Juan e Ignacio. Son mucho más chicos: tienen 15 y 12 años. Son hijos que mi papá tuvo sin mi mamá. Con otra mamá.
-Bueno, entonces ese estímulo que llegaba a todos por igual sólo impactó en vos. O sea que algo pasaría por dentro tuyo que te hacía sensible al estímulo.
-Sí, más allá de lo que hiciera mi mamá a mí me gustaba el tema.
-¿Un actor tiene que seguir estudiando?
-Yo creo que sí. Pero no solamente actuación. Hay un ejercicio que tiene que ver con la formación, con ser una persona culta. Depende desde dónde uno aspire a actuar. Mi aspiración tiene que ver no solamente con actuar, sino con estar de acuerdo con lo que yo estoy contando, en el todo. Yo soy consciente de que dentro del todo yo sólo toco un instrumento. Pero hay que hacerse cargo del todo. Uno debe formarse, leer, estudiar. A mí me gusta entender los fenómenos sociológicos, los fenómenos históricos.
-¿Y eso hace a tu oficio como actor?
-Sí, son cosas que de rebote me llegan como actor, pero sobre todo me hacen bien como persona. Cuando uno se mete en una película como ésta, que tiene que ver con la historia, es muy importante entender los fenómenos de la época, la política.
-¿Y tenés tiempo y voluntad para estudiar?
-A mí me da mucha alegría el estudio. Me da mucha alegría aprender, me saca de lo chiquito, me quita rollos. Me entusiasma muchísimo.
-Da mejores posibilidades de no repetir errores al llegar, por ejemplo, a los 60 años...
-Ojalá sea así toda la vida. Uno ve gente más grande que sigue estudiando, y sigue con esperanzas de hacer las cosas mejor, pensando que es posible ser más solidario, ser mejor persona, ser mejor actor.
-¿Estudiás, por ejemplo, canto y baile? ¿Harías una comedia musical de la calle Corrientes?
-Y, depende qué, obviamente, pero sí. Me encantaría. Canto estudié bastante tiempo.
-Tu carácter de actor intelectual, ¿no te hace subestimar géneros de diversión pura?
-No. Hablando de comedias musicales, por ejemplo, hay joyas. Por ejemplo, el caso de Cabaret. Lo vi hace poquito en Nueva York y era una maravilla. El protagonista cantaba, bailaba y actuaba de modo deslumbrante. Tal vez no es la prioridad para mí en este momento, pero no me cierro las puertas.
-¿O sea que cuando decís que no a alguna oferta no lo hacés tanto por el género de lo que te ofrecen?
-No. Tiene que ver más con las condiciones.
-¿Cuándo son malas las condiciones?
-La última experiencia que tuve en televisión -además de lo de Tato, que era muy divertido- fue con El garante. Ahí trabajamos en excelentes condiciones. Por ejemplo, con todo el tiempo a nuestra disposición. Fue casi como hacer un largometraje. Y eso lo hicimos en televisión, y quizá no a un costo muy grande.
-¿Y qué pasó después entre vos y la tele?
-Estuve trabajando en un programa que nunca salió al aire, en el año 1998, que se llamaba Casablanca y en el que actuaban Natalia Oreiro y Norman Briski. Era un programa de Rodolfo Ledo, pero él se enfermó y se cayó la estantería. Y eso fue lo último que hice en TV, al margen de un piloto con Sebastián Boresztein, que se llama Tiempo real y que ahora, con el resurgimiento de ATC, quizás exista la posibilidad de emitir.
-¿Porque otros canales no lo quisieron?
-Y, costó mucho...
-¿Qué te parece que le falta a la televisión argentina?
-En principio, creo que más alternativas. Hay mucho de lo mismo. En un canal, mucho de un tipo de ficción. En otro, mucho de programas de entretenimiento. A mí no me parece mal, pero creo que tiene que existir la posibilidad de abrirse un poco del monopolio. Entrar en algunos canales sin tener ciertas palancas es muy difícil.
-¿Qué no harías, por ejemplo?
-No quiero dar nombres y apellidos. Creo que tiene que ver con lo que hablábamos antes, porque si una telenovela está bien hecha podría ser sensacional. Además, nadie puede negar el poder de llegar a las personas que tiene la televisión. Entonces, yo creo que es un espacio del cual no hay que marginarse.
-Pero, ¿si viene Suar y te ofrece algo como Campeones?
-Y... en este momento quizá no podría hacerlo. En principio, por una cuestión de tiempo. Teniendo 29 años, casi 30 que cumplo en junio, no tengo necesidad de volverme loco por ganar dinero.
-¿Y no te da miedo, por lo mismo que decías, de no estar en televisión?
-No, porque más miedo me daría relegar cosas que quiero hacer ahora. Siento que tengo todas las condiciones de hacer lo que me gusta.
-¿Pero miedo de que la gente se olvide de vos?
-Es posible. No me pasa porque tengo popularidad por el lado del cine y del teatro. Pero no me desespera. En procesos que tienen que ver con promociones, estás en televisión todo el tiempo, en un programa o en otro. Entonces la gente no se da cuenta de que uno no está.
-¿Vas a esperar las críticas de Plata quemada con ansiedad? ¿Sos un lector de críticas?
-Siempre uno espera tener lindas críticas, pero no es tan importante eso. Para mí, la referencia más importante es el circuito privado: la familia, los amigos.
-¿Qué les criticás a los críticos?
-Me gustaría que hubiera más análisis. A veces da la sensación de que no hay una verdadera reflexión, que las cosas están aprobadas o desaprobadas de antemano. Reducir lo que uno hizo a bueno o malo es privilegiar lo subjetivo. Algunos críticos analizan más, pero no es el caso de la mayoría.
-¿Cómo te ha ido en lo personal?
-Yo he tenido críticas buenas y críticas muy malas. Y nunca en esas críticas muy malas hubo un análisis sobre mi trabajo, sino simplemente una sentencia. Es muy común el prejuicio: ya saben que les va a gustar algo, entonces van y les gusta.
-¿A qué actor te gustaría llegar a ser parecido algún día?
-Más que parecerme a alguien, son como partecitas de muchos. Hay muchos que me gustan. Puedo nombrar a Alcón, a Miguel Angel Solá, a Ulises Dumont, Julio Chávez, Urdapilleta...
-¿Lo viste haciendo a su Hitler?
-¡Ah, es un monstruo! Un actor como ése estimula, da ganas de seguir siempre un poquito más adelante.
El señor K, solo y en escena
No lo dice -entre otras cosas, porque está por estrenar una película-, pero uno intuye que la debilidad de Sbaraglia es el teatro. Se le nota porque la tentación es más fuerte que su natural cautela cuando, sin coacción periodística visible, se pone a contar su proyecto sobre Kafka.
-Estoy preparando, muy de a poquito, una versión sobre algunas cosas de Kafka. Estoy trabajando con un amigo, Fernando Piernes. Una vez por semana nos encontramos. Para investigar un poco sobre la literatura, sobre la vida de Kafka. Eso para hacerlo en teatro en algún momento. No este año, porque hay que hacer la dramaturgia primero. Estoy entusiasmado, porque es meterse en una experiencia que tiene que ver con investigar. Pero con la cabeza y con el cuerpo. Es un trabajo de construir algo muy de a poco. Porque a mí me gusta mucho hacer teatro y, de pronto, con el tema del cine es muy difícil compatibilizar el tiempo. Pero me gusta tanto que estoy preparando una cosa para hacer solo. Sobre Kafka.
Toda la suerte de mamá
La infancia de Sbaraglia tuvo un momento clave: cuando su mamá, Roxana Randón, tenía 28 años y él 7, empezó a estudiar teatro... La mamá.
"Yo empecé porque ella estaba en ese mundo -dice-. Ya era medio payaso, pero cuando ella me empezó a contar cómo eran las clases, me dieron ganas."
-¿Nunca hubo competencia entre madre e hijo?
-Por suerte creo que ella supo transmitirme todo desde otro lugar. Siempre sentí que ella me dio todo el espacio. La competencia ni siquiera es tema. El tema es que a cada uno le vaya bien con lo que hace. A ella siempre le costó mucho, y le sigue costando, ingresar en cierto circuito de trabajo, lograr continuidad laboral. Muchísimo le cuesta. Por suerte tiene las clases, con muchísimos alumnos. A mí me ha costado mucho menos. Por eso siempre hace el chiste de que ella me abrió el camino y que yo me quedé con toda la suerte de los dos. Fue suerte, sí, pero también mucho empeño.
Texto: Hugo Caligaris
Fotos: Daniel Caldirola
Fuente: La Nación
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