¿Cuál fue el origen de "El territorio del poder"?
—Lo inicial fue que nos convocaron a Fernando y a mí del Centro Cultural Haroldo Conti, la ex Esma, para hacer un homenaje a Rodolfo Walsh en marzo del año pasado. Fernando tenía una dinámica que era una partitura con textos de Rodolfo Walsh, con músicos en vivo interviniendo esos textos, y fue muy contundente lo que se produjo, muy emocionante. Después tuvimos un desencuentro con los derechos de Walsh y no pudimos seguir haciéndolo, pero nos interesaba mucho seguir aprovechando esa dinámica. Dijimos, no hay mal que por bien no venga, no tenemos a Walsh, desgraciadamente, pero hay muchos textos que nos interesa transmitir y compartir. Hay textos aislados, adaptaciones, y que en este caso tienen un sentido común que es el tema del cuerpo como territorio explotable por el poder, como territorio usurpable.
—¿De qué autores son los textos?
—Más que de autores son adaptaciones. Como no quisimos tener el mismo problema que tuvimos, hay documentos históricos que usa Foucault en "Vigilar y castigar", que hablan del suplicio, de cómo se castigaban los cuerpos en la Edad Media, del nivel de deshumanización del cuerpo en ese momento y de cómo eso tiene una continuidad desgraciada a lo largo de la historia. A mí me interesa mucho Elías Canetti que tiene un libro que se llama "Masa y poder". Habla del comportamiento de la masa, del comportamiento del cuerpo en medio de la masa, de la orden. Canetti dice que la orden primigenia es una amenaza de muerte, de un animal más grande que otro y el efecto es la huida. Esa amenaza se va sofisticando y se va convirtiendo en una orden domesticada que tiene que ver con el alimento. Después hay un texto de Cherleti, un médico siquiatra de principios de siglo que termina experimentando con el electroshock. El habla en primera persona sobre cómo empezó a experimentar en seres humanos. Es un documento histórico y científico, sobre cómo alguien puede experimentar amparado en la ciencia. Y lo hace sobre un tipo que es considerado un delincuente porque supuestamente lo encuentran tomando un tren sin boleto, esa es su delincuencia. Le hacen un análisis y terminan descubriendo que tiene una patología esquizofrénica y eso le da el supuesto permiso para experimentar como si nada.
—Similar a la delincuencia inspirada en las teorías de Lombroso...
—Excusas para ejercer la inhumanidad siempre hubo.
—¿Son los dispositivos de poder?
—Claro, como si algo se legitimase, como si los mecanismos del poder siempre encuentran un lugar de legitimación. Hay cosas que tienen que ver con los campos de exterminio. Bueno, son todos temitas bastante fuertes...
—¿Queda algún lugar para la esperanza?
—Al mismo tiempo lo que dice Canetti es que la esperanza está en uno, que tiene la posibilidad de desobedecer esas órdenes; que toda orden queda en nuestra identidad impregnada para siempre. Una vez que se presentan las condiciones en las cuales esa orden fue recibida, el ser humano tiene el impulso de querer sacárselas de encima y atacar, pero que también está la posibilidad de desobedecer toda orden inhumana. Eso en definitiva es el acto de esperanza y que conmueve, que el ser humano realmente libre es aquel que puede desobedecer las órdenes.
—¿Cuál fue el desencuentro con los derechos de Walsh?
—No fue nada más ni nada menos que, de parte de la gente que maneja los derechos de Walsh, que aparentemente, esos textos estaban ya ocupados para ser interpretados, para ser usados de otra manera por otras personas. Intentamos pelearlos y tratar de obtener esos derechos de manera más clara y no hubo manera. No es que hubo un desencuentro más allá de eso. Simplemente la gente nos dio a entender que eso estaba ocupado y que no se podía seguir haciendo. Una pena, porque justamente uno de los valores del espectáculo es poder decir, bueno, Rodolfo Walsh por supuesto que es un tipo tremendamente importante y reconocido, pero al mismo tiempo teníamos la posibilidad de expandir su obra a otros círculos sociales y culturales, pero no fue posible porque a veces esas cosas no se dan.
—¿Siguen reproduciéndose los temas del espectáculo, la dominación, los efectos del poder sobre los cuerpos?
—Creo que sí, por supuesto que hay culturas que pueden... Nosotros hicimos el espectáculo en Tucumán. La gente fue muy sensible a lo que estábamos haciendo. En ese sentido, por la propia historia de cada lugar, por las diferentes batallas que haya tenido cada sociedad, la gente lo puede apreciar de manera más sensible que otros. Creo que son temas de los cuales siempre es importante pensar, al menos en lo personal, porqué son cosas que se siguen reproduciendo. En el presente, de una manera u otra, todo el tiempo esto está presente en nuestras relaciones. Justamente uno de los textos dice que los más damnificados son los niños porque tienen vulnerabilidad absoluta. Y que estas órdenes inhumanas las transmitan sobre los propios hijos. Esto es algo que se reproduce todo el tiempo. La excepcionalidad, y lo que uno tendría que lograr en el presente y en el futuro, es no reproducir esos mecanismos inhumanos que están presentes todo el tiempo en la sociedad.
—La sociedad, en ocasiones, pone el cuerpo para enfrentar al poder. ¿El poder puede ser puesto en crisis por ese mismo cuerpo que en algún momento es maltratado?
—Sí, en ese sentido, tener la posibilidad de rebelarse es importante. Nosotros usamos una canción de la Guerra Civil Española, que es un enfrentamiento entre un gallo negro y un gallo rojo. El gallo negro era gigante, pero el gallo rojo era valiente. Son un poco las cosas que me emocionan. Siempre la rebeldía es un ejemplo a seguir y es algo que conmueve. La gente que lucha es algo que siempre resulta conmovedor y a uno le dan ganas de juntarse en la lucha.
—¿Al poder hay que controlarlo, por esa cuestión de que tiende a controlar?
—La verdad, creo que sí, y que, en todo caso, también, tratar de tener poder para usarlo bien. Es una ingenuidad quizás decir yo no quiero tener poder. En el mundo también hay que agarrar una tajada del poder justamente para tratar de usarlo bien, de tener la posibilidad de cambiar las cosas para bien. Por otro lado es interesante decir que en el espectáculo no hay una intención de bajar línea porque uno tampoco sabe nada; también estamos parados ahí tratando de aprender y de reflexionar sobre eso mismo que estamos haciendo. Sí está la intención de elegir esos textos porque de ellos uno necesita aprender y reflexionar. Me parece que lo lindo del espectáculo es que no estamos parados como en un púlpito diciendo como tienen que ser las cosas. Estamos simplemente siendo un vehículo y tratando de decir lo que la gente cree que es así y nosotros podemos, todos, tener la posibilidad de expresar al respecto.
—No están diciendo que hay un poder bueno y un poder malo...
—No, ahí hay cosas y mecanismos que el ser humano, quizás por las diferentes construcciones, por los diferentes sistemas, ha ido desarrollando con cuestiones sórdidas en el mundo. El tema es de qué manera ir desprocesando esas construcciones que son sórdidas.
—Y que no se rompa el contrato social...
—Exacto, como decía Rousseau.